“Es posible que aprendamos a retorcer un brazo o proyectar a alguien contra el suelo, pero si hay una voluntad de hacer daño, no será Aikido.”
J. Segura.
La práctica del Aikido, se sustenta en el entrenamiento continuo alternando los roles de uke y tori, tres conceptos estratégicos (sankaku, shikaku y maru), y la voluntad de desarrollar un centro estable y flexible. La conjunción de estos elementos conforma la manera en que se realizan, tanto desplazamientos como luxaciones y proyecciones.
El practicante de Aikido no necesita tener un físico especialmente preparado, cualquier persona de constitución normal puede entrenar este arte marcial a partir de los seis años de edad hasta edades avanzadas, siempre y cuando la salud se lo permita. Se estudian las diferentes formas de caer sin hacerse daño y a reconocer el efecto de las técnicas en el propio cuerpo y en el de la otra persona.
En Aikido, las proyecciones son realizadas con la idea de "dar salida" a las tensiones y energías creadas por el movimiento conjunto entre tori y uke. Así mismo, las luxaciones respetan la naturaleza del cuerpo humano, sin que lleguen a lesionar al compañero de práctica. Esta voluntad de no dañar al adversario y no interrumpir la fluidez del movimiento corporal hace que el Aikido sea visto como un arte marcial altamente ético.
Una vez el aikidoka ha logrado cierto control de su cuerpo y su mente, se inicia en el entrenamiento con las armas tradicionales de Aikido; estas están hechas en madera y simulan la daga, el sable y el bastón japoneses. Al aprender cómo manejar estas herramientas, la persona descubre el origen y la lógica de la mayoría de técnicas que caracterizan el Aikido.
Con un conjunto de desplazamientos básicos y la aplicación de las leyes físicas elementales, se puede alcanzar a realizar cualquier técnica de Aikido.